Despidiéndonos de Lisboa
Mayo, miércoles 8.
Paseo hasta la Plaza de San Pablo. Luego al Mercado da Ribeira, que cuenta con una gran nave para los puestos de venta y otra con amplias mesas para la degustación de sus productos.
Al mediodía está tan concurrido, que apenas quedan sitios libres en las mesas. Gentes de distintos países circulan en todas direcciones buscando la mejor opción gastronómica o un lugar para sentarse a disfrutar de las viandas.
Para comer, volvemos a las cercanías de San Pablo y entramos en la Calle Nova do Carvalho, popularmente conocida como Rosa o también Calle de los Paraguas. Ésto último debido a su decoración.
Lo que en tiempos fue una calle cercana al puerto y de dudosa fama, por el tipo de gente que la frecuentaba, hoy se ha convertido en un reclamo turístico, lleno de bares, restaurantes, coctelerías y locales muy populares.
Comemos un contundente cocido portugués que sustituye garbanzos por arroz y no contempla la sopa.
Para la última visita optamos por un tuk-tuk, pues el trayecto hasta el Museo Nacional del Azulejo es largo.
Se trata de un edificio de estilo manuelino que fue en su día el Convento de la Madre de Deus.
El exterior está un poco abandonado, pero el interior es una auténtica joya.
Curiosamente, los azulejos más antiguos proceden de España. En esa época Portugal se abastecía de cerámica de Sevilla y Talavera.
Eugenia, la guía, nos explica las distintas técnicas y motivos del azulejo, hasta el momento actual y cómo la propia historia de la ciudad y sus costumbres se han ido contando, pintadas en la superficie de cada pieza.
La capilla sorprende por la belleza de su excelente decoración barroca.
También puede contemplarse en este museo un curiosísimo belén, encargo de las monjas. Y ahora sí, llega la despedida, con la promesa de Isabel , de intentar visitarnos el próximo noviembre, y a la que esperaremos con los brazos abiertos.
Paseo hasta la Plaza de San Pablo. Luego al Mercado da Ribeira, que cuenta con una gran nave para los puestos de venta y otra con amplias mesas para la degustación de sus productos.
Al mediodía está tan concurrido, que apenas quedan sitios libres en las mesas. Gentes de distintos países circulan en todas direcciones buscando la mejor opción gastronómica o un lugar para sentarse a disfrutar de las viandas.
Para comer, volvemos a las cercanías de San Pablo y entramos en la Calle Nova do Carvalho, popularmente conocida como Rosa o también Calle de los Paraguas. Ésto último debido a su decoración.
Lo que en tiempos fue una calle cercana al puerto y de dudosa fama, por el tipo de gente que la frecuentaba, hoy se ha convertido en un reclamo turístico, lleno de bares, restaurantes, coctelerías y locales muy populares.
Comemos un contundente cocido portugués que sustituye garbanzos por arroz y no contempla la sopa.
Para la última visita optamos por un tuk-tuk, pues el trayecto hasta el Museo Nacional del Azulejo es largo.
Se trata de un edificio de estilo manuelino que fue en su día el Convento de la Madre de Deus.
El exterior está un poco abandonado, pero el interior es una auténtica joya.
Curiosamente, los azulejos más antiguos proceden de España. En esa época Portugal se abastecía de cerámica de Sevilla y Talavera.
Eugenia, la guía, nos explica las distintas técnicas y motivos del azulejo, hasta el momento actual y cómo la propia historia de la ciudad y sus costumbres se han ido contando, pintadas en la superficie de cada pieza.
La capilla sorprende por la belleza de su excelente decoración barroca.
También puede contemplarse en este museo un curiosísimo belén, encargo de las monjas. Y ahora sí, llega la despedida, con la promesa de Isabel , de intentar visitarnos el próximo noviembre, y a la que esperaremos con los brazos abiertos.








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